Los que me conocen saben que puente
es sinónimo de escapadita y en septiembre cuando recibí el
calendario escolar marqué en rojo el puente de noviembre. Cuatro
días daban para mucho y no íbamos a desperdiciar la oportunidad de
un viaje cortito. Como Pau no podía por compromisos personales
decidimos irnos Altea y mis padres. Tras mirar los sitios dónde ir
nos decidimos por Extremadura.
Reservamos este apartamento en Cáceres
y la verdad es que acertamos completamente. El apartamento de tres
habitaciones era perfecto para nosotros. Andando a cinco minutos del
centro histórico y la verdad que el casero un encanto.
Salimos de Valencia tan pronto como
terminé de trabajar y llegamos sobre las 23 horas a Cáceres.
Dejamos las maletas en el apartamento y nos fuimos a cenar. Nos
decantamos por LaLola. Nos lo habían recomendado y la verdad es que
fue bien. Luego regresamos al apartamento y nos fuimos a dormir.
El primer día completo lo dedicamos
a Cáceres. No quisimos coger el coche y nos dedicamos a
visitar la ciudad. Quisimos andarla sin un itinerario claro marcado.
Cáceres es una ciudad muy accesible de visitar y lo tienes todo al
alcance. Tiene sitios tan maravillosos como la Plaza
Mayor, el Arco de la
Estrella, la Concatedral,
los
numerosos palacios (Golfines,
Diputación, Hernando Ovando, Episcopal...), las plazas
(San Mateo, Veletas...),
el barrio judío...Mención especial al Arco de la Estrella y
a la Plaza Santa Maria que aparecen en Juego de Tronos.
Hicimos
una parada para comer en un restaurante maravilloso: La Cacharreria. Tapas buenísimas y muy
asequibles.
Luego continuamos disfrutando de la
ciudad hasta que sobre las siete de la tarde nos retiramos para
descansar, hacer la cena y dormir.
El segundo día lo dedicamos a
recorrer pueblos y ciudades más alejados. Comenzamos por Plasencia.
Tengo que decir que me
decepcionó un poco. La Plaza
Mayor
y las dos catedrales son lo más destacable aunque no nos entusiasmó
mucho. Los más destacable fue la fruta y la verdura que compramos en
la plaza.
De
Plasencia nos fuimos a Hervás.
La verdad es que es un pueblo conocido por tener el barrio judío más
grande de España y merece la pena dedicarle una hora por lo menos.
Vimos las vistas desde el río con su conocido puente y caminamos por
la judería. Cabe destacar también las vistas desde la iglesia más
alta. Se ve todo el pueblo. Dada la hora decidimos continuar a Cacos
de Yuste y comer por allí pero compramos algo de comer para Altea.
Conducir hasta el Monasterio de Yuste
se nos hizo un poco pesado. Pensábamos
comer por las inmediaciones pero nuestra sorpresa fue que al llegar
no había nada. Así que decidimos entrar al monasterio y luego
buscar sitio para merendar. El monasterio vale mucho la pena. La
visita es muy agradable y tiene rincones muy bonitos. Se visitan las habitaciones, patios, despachos... Las vistas son muy agradables.
Nuestra
última parada del día era Trujillo.
No defraudó. Trujillo, que también fue escenario de Juego de Tronos
en la séptima temporada, es un pueblo de postal. El castillo en lo
alto y sus calles hacen que la visita merezca la pena. Se pueden
visitar las torres, el
castillo
(que para mi gusto estaba demasiado reconstruido), la
Plaza Mayor…
Justo había una feria de cerveza artesana así que tras dar una
vuelta y subir al castillo decidimos tomarnos unas cervezas y comer algunos
quesos y dulces que habíamos comprado. No fue la comida más
copiosa pero estuvo genial ver casi atardecer allí.
Decidimos
volver a casa y ducharnos después del día tan intenso que habíamos
tenido. Cenamos y nos fuimos a dormir.
El
sábado lo dedicamos a visitar tres sitios más. Comenzamos nuestra
ruta por Mérida.
Ciudad que me enamoró desde el principio. De camino al Anfiteatro
paramos un momento para sacarnos un par de fotos de parte de la
muralla en la Plaza
de las Méridas.
Aparcamos cerca del Anfiteatro
y casi en la puerta había un tren que hacía la ruta turística por
los principales enclaves de la ciudad. Decidimos hacerlo para
orientarnos y la verdad es que los monumentos son una pasada pero el
recorrido era bastante feo. Prometía más de lo que
ofreció. No lo volvería a hacer.
El
tren acababa en la puerta del Anfiteatro de nuevo así que nos
pusimos a la cola para comprar las entradas. Hay que tener en cuenta
que hay dos colas: una para comprar las entradas en mostrador y otra
para pagar con tarjeta. Las colas no están bien señalizadas pero
nosotros por suerte lo vimos y nos saltamos la cola larga y pagamos en las máquinas.
Una
vez entras al complejo te quedas con la boca abierta. Todo el
recorrido es bastante accesible con carros y la verdad es que está
muy conservado. ¡Nos encanto!
Decidimos
volver, esta vez andando, al puente
romano sobre el Guadiana
ya que desde el tren no habíamos podido verlo con claridad. El
camino nos pareció muy agradable y el entorno es idílico. El puente se puede caminar y tiene una extensión de más de medio kilómetro. Comienza en una plaza donde se encuentra una copia de la conocidísima escultura de Rómulo y Remo amantados por una
loba. Altea decidió que ella también quería y nos paramos un
ratito a contemplar las vistas.
De
vuelta al coche paramos en el Templo de Diana. Otra magnífica
conservación. Llegamos al coche y fuimos hasta el Acueducto
de los Milagros.
La vista es impresionante. ¿Cómo es posible que todavía siga en
pie y cualquier construcción actual a los 100 años esté para
restaurar o derribar y volverse a erigir?
Nos despedimos de Mérida y pusimos
rumbo a Medellín.
No queríamos que se volviese a repetir lo del día anterior así que
lo primero que hicimos fue ir a buscar un sitio para comer. Paramos
en un llano donde se veía perfectamente el Puente
de los Austrias.
De casi medio kilómetro y que fue construido con los restos de un antiguo
puente romano. Otra maravilla de la construcción antigua.
Entramos
en un hostal que tenía restaurante y comimos de menú. Sencillo y de
comida típica: migas, bacalao…¡ Muy bueno todo!
Con
el estómago lleno nos dirigimos al castillo.
Es un paseo cuesta arriba que ofrece unas vistas muy bonitas del
pueblo y del puente. Tengo que decir que el castillo de Medellín fue
de las cosas que más me sorprendieron. Un castillo no
tan reconstruido como el de Trujillo y que por dentro estaba muy bien
conservado. Pudimos subir a las torres, visitar el aljibe, caminar
por la muralla… ¡Fue una visita de diez!
Eran
ya las cuatro y media cuando nos quedaba por visitar el Monasterio de Guadalupe.
Nos pusimos en marcha con la esperanza de poder entrar, pues la última
visita era a las seis y el GPS nos indicaba que llegábamos a las
seis menos cinco. Mientras subes la carretera hay un mirador desde
donde se puede ver el monasterio rodeado por el pueblo. Nosotros no
nos pudimos parar ya que teníamos el tiempo justo. Un consejo:
aparcad en el aparcamiento de la entrada. Las calles de Guadalupe son
muy estrechas y con un coche grande difíciles de maniobrar.
Llegamos
a las seis y cinco pero nos dejaron entrar. Un hombre muy amable nos
acompañó hasta donde estaba el grupo que ya había comenzado la
visita.
A
mi no me entusiasmó demasiado. No se visita mucho del edificio, casi
todo lo que se ve son ornamentación, reliquias, iconografía,
libros y ropajes…. Yo esperaba algo más parecido al de Yuste que
se visitan las habitaciones, los
jardines… pero no. Al final de la visita un franciscano nos llevó
a ver a la Virgen de Guadalupe y dio por finalizado el recorrido.
Al
salir del recinto ya era de noche así que nos volvimos hacia
Cáceres. De vuelta pasamos por el mirador de la entrada pero no
merece la pena. El monasterio no está iluminado de noche tal y como
lo están los castillos o los edificios emblemáticos de otras
ciudades. Fue una pena, creo que le daría desde lo lejos un toque
majestuoso.
Llegamos
tras una hora y media a Cáceres y fuimos directos a cenar. Quisimos
repetir en la Cacharreria por su trato y su comida. Luego volvimos al
apartamento, ducha y maletas.
El
último día siempre es el más triste para mí. Se acaban las
vacaciones cortas o largas y de pensar en las lavadoras y en la
rutina la verdad es que me da un poco el bajón. En un principio decidimos
volver y hacer la parada de comer en Aranjuez para visitar la ciudad
pero el GPS nos indicaba que había tráfico y que la hora estimada
de llegada a casa cada vez era más tarde. Decidimos suprimir la
visita a Aranjuez y parar a comer en un sitio de camino. Nos
decantamos por un restaurante en Almonacid
de Toledo
y la verdad es que era demasiado pijo para nuestro gusto pero comimos
bien y continuamos el camino a casa. Llegamos
muy cansados pero felices de haber visto un trocito más de este
planeta.
Yasmín
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