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Nuestro finde furgonetero en Noviembre

Como estamos de obras en casa decidimos irnos un finde entero para huir un poco del polvo, los azulejos, el ruido de los obreros y así poder desconectar. A Pau le apetecía que alquiláramos una furgoneta tipo Camper para irnos a disfrutar de sitios bonitos. Estuvimos pensando lugares para ir. Barajamos la Serra d’Irta, Albarracín, el Cabo de Gata… pero al final el domingo teníamos entradas para la exposición de Van Gogh en Alicante así que decidimos recorrer lugares desde Gandía a Alicante. Al final os expondré mis reflexiones sobre la idea de viajar en furgoneta y lo que hemos aprendido.

El viernes recogimos la furgoneta de Magic Vans por la tarde y dejamos aparcado nuestro coche en su cochera. ¡Los chicos muy amables nos explicaron todo desde cero! Nosotros nunca habíamos subido en una y hay algunas cosas que hay que saber antes de salir pitando hacia la aventura…

Pusimos rumbo al Cabo de San Antonio. Habíamos leído en foros que en el mirador se puede estacionar la furgoneta sin problemas así que nos parecía un plan genial. No había que conducir mucho, las vistas merecían muchísimo la pena y no había que pensar sitios para aparcar.

Llegamos sobre las ocho de la tarde y había tres auto-caravanas más. Unas vistas espectaculares con la luna casi llena y con el faro muy cerca. Como hacía algo de aire nos hicimos la cena dentro y nos acostamos pronto para ver el amanecer. 


Nos pusimos los despertadores para ver salir el sol y aunque estuvimos preparados, las nubes no nos dejaron captar la salida sobre el horizonte. ¡Aun así me pareció muy bonito verlo desde la cama tapadita!

Al solecito se estaba muy bien y las vistas eran espectaculares. Nos hicimos un desayuno de campeones con tostadas, zumo, fruta, leche...con las sillas de camping y muy agusto.


Una vez arreglado todo y limpio nos fuimos andando hacia el faro. Es un paseo de quince minutos y las vistas son espectaculares. La bahía de Jávea y las montañas. ¡Merece la pena mucho!


Volvimos a la furgoneta y conducimos unos cinco o seis kilómetros hasta el monasterio que hay. De allí sale una ruta para ver los Molinos de la Plana. Una serie de molinos de la época que hoy en día se encuentran muy bien conservados y restaurados. Algunos dentro de propiedades privadas no se pueden visitar muy de cerca pero el reso si. ¡Las vistas son espectaculares y el paseo no dura más de diez minutos desde el monasterio!


Tras el paseo matutino nos fuimos al Cabo de la Nao. ¡Sencillamente espectacular!. Muy tranquilo y con unas vistas del mar y de la montaña complicadas de igualar. Altea se hizo amiga de unas gaviotas que se quisieron comer sus galletas.





Pusimos rumbo a Altea. Altea es una ciudad que nos trae muy buenos recuerdos. A parte de ser el nombre de nuestra hija (no por el pueblo, sino por la flor), es el sitio donde me hice mi traje de boda. Así que guardo muy buenos recuerdos de cuando Altea tenía apenas meses y los sábados nos íbamos a pasar la mañana allí: yo me hacía las pruebas del traje y Pau paseaba a la bebé mientras compraba pescado en la lonja y fruta y verdura en el mercado. Luego volvíamos a casa y cocinábamos.

Pasear por sus calles empinadas abre el apetito así que fuimos a comer a La Capella. ¡Tiene fama de hacer el mejor arroz al horno del mundo! Nos pedimos unos entrantes, el arroz y unos postres. 



Nos entró el sueño después de comer así que nos fuimos a la furgo a echarnos la siesta. Habíamos visto una zona para campers en Alicante y pensamos en pasar la noche allí por aquello de ducharnos más cómodamente. Cuando nos despertamos de la siesta y llamamos por teléfono no nos lo cogieron así que buscamos una en El Campello y allí que nos fuimos.

Era un cercado con aproximadamente cuarenta plazas de aparcamiento. Como mucho había unas diez o doce. Entramos, pagamos y nos quedamos allí a pasar la noche. Nos duchamos y a dormir. La verdad es que en mi opinión es una zona un poco pobre. No había papel en los baños, ni papelera donde tirar nada. Un contenedor no hubiese estado de más. La encontramos un poco falta de recursos, eso si, muy tranquila pese a encontrarse pegada a la carretera.

El domingo nos levantamos y tras arreglarnos, vaciar el wc químico, limpiar un poco por dentro y desayunar fenomenal pusimos rumbo a Alicante. Allí había quedado con dos compañeros del cole y sus familias con hijos.

Entramos a la exposición de Van Gogh y tengo que decir que me encantó. A parte de toda una biografía de él, también explica los cuadros más conocidos. Luego entramos a una proyección que duró aproximadamente media hora. En unas pantallas que envolvían todo el recinto con más de tres metros de altura se iban proyectando sus cuadros desde los primeros hasta los de su etapa más tardía. ¡Nos hizo sentir que vivíamos dentro de sus pinturas! La música y las frases que acompañaban hacían que todos, adultos y niños, estuviésemos mirando sin parar. Había también una reproducción de su habitación en Arlés a tamaño real y sus girasoles.







Al terminar nos fuimos a comer al Fondillón. El restaurante del Hospes Amérigo. Todo muy bueno: el pescado, los montaditos, los postres con esa torrija… ¡Un acierto!

Cuando terminamos de comer fuimos andando hacia la furgoneta y emprendimos el viaje de regreso a casa. Una horita para despedirnos de un finde muy completo.


Nuestra experiencia con la furgoneta tuvo sus momentos. La verdad es que era la primera vez y estábamos muy emocionados. La furgoneta tenía dos camas de matrimonio, una encima de la otra. Un baño y una zona de cocina. Iba súper equipada con menaje, ropa de cama y hasta unas cervezas y agua y zumo que nos dejaron. ¡Detallazo! 


Sinceramente no fue todo lo cómoda que nos habíamos imaginado en nuestra cabeza. No es culpa de la furgoneta sino de que igual no fue el momento para nosotros.

En primer lugar el tiempo que hizo al ser noviembre era frío con lo que pasamos mucho rato dentro de ella. Lo que nos hizo en un primer momento agobiarnos un poco. Altea tiene dos años casi tres y ella pide movimiento y claro moverse por allí dentro era complicado, especialmente cuando estas cocinando que puede ser un poco peligroso. También tener el baño, la cama y todo lo de cocinar a medio metro a veces me resultó un poco agobiante especialmente cuando Altea quería ir desde la cama a su silla y yo me encontraba en el medio.

Al tener la silla infantil colocada, si queríamos usar la mesa había que desmontarla cada vez con lo que desestimamos esa opción y nos apañamos sujetándonos los cuencos con las manos.

Yo no tuve problema pero Pau si que la primera noche durmió en la cama de arriba y tuvo un poco de claustrofobia. La segunda noche dormí yo arriba para que él pudiese tener un poco más de espacio.

Pero incluso con todo eso, ha sido una experiencia divertida y tenemos que reconocer que la facilidad de poder aparcar en cualquier sitio al ser una furgoneta es una libertad que no te da otro vehículo. ¡Para poder despertarse con las vistas de montaña hay que pagar el precio de ir un poco apretados pero merece la pena probarlo! Además Elena y Frank nos pusieron todas las facilidades del mundo. Nos explicaron todo y estuvieron pendientes de si habíamos disfrutado del viaje.

Tengo que decir que este viaje me ha enseñado también (o me ha reafirmado) en la forma que tenemos de viajar. Nosotros normalmente en los viajes solemos tener vuelos internacionales, vuelos nacionales (si hace falta), alojamiento y desplazamientos largos siempre reservados desde el origen (coches, trenes, ferry...). Nos gusta saber el día que salimos y llegamos y en base a eso poder organizarnos. Luego sobre la marcha ya vamos comprando las entradas (a no ser que sea algo imprescindible tipo visita de Alcatraz en SF, un pase de ópera, un vuelo en helicóptero u otras actividades que merezca la pena el tener las entradas con antelación). Aunque en Tailandia muchos desplazamientos los tuvimos que comprar el día de antes por ser buses locales y aunque no tuvimos ningún sobresalto si que nos supuso un poco de ansiedad saber que llegábamos a una ciudad y que lo primero era ir a comprar el billete de bus esperando no quedarnos sin y tener que reorganizarlo todo. 

Durante este viaje no planificamos mucho. Aunque habíamos decidido la zona, no fue hasta el mismo día que pensamos el lugar para dormir. Esto nos causó un poco de confusión. La verdad es que perdimos tiempo en buscar lugares que fuesen bonitos para ir y tuvimos un poco la sensación de que pudimos haber hecho más. 

Es por eso que sacamos la conclusión que la forma que tenemos de viajar nos encanta y se ciñe a nuestra forma de ser: sabemos los días que vamos, donde dormimos y lo que hay que ver pero lo vamos visitando sobre la marcha. 

¿Repetiría? ¡Pues supongo que en otras condiciones! Es decir, en verano que no es preciso estar tanto rato dentro de la furgoneta pues probablemente. Quizá me tomaría el viaje de otra manera, lo organizaría diferente. Aprovecharía al máximo la posibilidad de dormir en cualquier mirador para anocheceres y amaneceres de ensueño pero intentaría usar la camper solo para dormir y cocinarme como mucho, puesto que tres personas en un espacio tan reducido es un poco limitado. 

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